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Mindfulness para cuidar la microbiota, nuestro segundo cerebro

Vivimos en un estado de alerta constante. Siempre resolviendo problemas, siempre haciendo, siempre corriendo. Esta vorágine de la vida moderna deja una huella profunda en nuestra salud, y uno de los lugares donde más se manifiesta es en el sistema digestivo.  El gastroenterólogo Nacho Paunero explica en Fórmula Podcast que estos padecimientos son cada vez más comunes y están íntimamente ligados a nuestra forma de vida actual, por lo que, entre otras medidas, aconseja la práctica del Mindfulness para adoptar una alimentación más equilibrada, que favorezca la salud de los microorganismos de la microbiota intestinal.

Cuando pensamos en estrés, solemos imaginar la sobrecarga laboral o los problemas emocionales. Sin embargo, el doctor Paunero amplía esta visión, señalando que estamos expuestos a «estresores crónicos cotidianos» que van mucho más allá de lo psicológico. Estos factores estresantes se esconden en lo que comemos (muchos productos que consumimos a diario ya ni siquiera son alimentos, sino «comestibles de diseño» cargados de químicos), en el aire que respiramos, en el agua que bebemos, e incluso en los microplásticos que nos rodean.

A esto se suma la falta de movimiento y de fuerza física en nuestro día a día, y un fenómeno llamado «cronodisrupción», que está relacionado con la alteración de nuestros ritmos naturales. Gracias a la luz artificial, el día dura lo que nosotros queramos, rompiendo los ciclos de luz y oscuridad para los que nuestra biología está preparada.

Toda esta forma de vida, relativamente nueva en la historia humana, está desordenando nuestra biología. No es que nuestra genética haya cambiado drásticamente en pocas décadas (eso no ocurre tan rápido). Lo que sí cambia es la «epigenética», es decir, cómo esos factores ambientales y de estilo de vida influyen sobre nuestros genes y nuestra biología, haciendo que se expresen o no ciertas enfermedades. Por eso, vemos un aumento preocupante no solo de síndrome de inflamación intestinal y SIBO (Sobrecrecimiento Bacteriano en el Intestino Delgado), sino también de patologías más graves como el cáncer de colon, incluso en personas jóvenes, algo que antes era mucho menos frecuente.

La conexión innegable: Intestino, emociones y mente

El doctor Paunero es claro: «sabemos que las emociones están ligadas a nuestro sistema digestivo». No es una idea nueva; forma parte de nuestro lenguaje cotidiano. ¿Quién no ha dicho «esta persona no la trago» o «se me hizo un nudo en la panza»? ¿O ha sentido las famosas «mariposas en el estómago»? Estas frases populares reflejan una verdad biológica profunda.

La ciencia lo confirma. Existe una conexión directa y bidireccional entre nuestro intestino y nuestro cerebro, conocida como el eje intestino-cerebro. Estudios han demostrado cómo las emociones impactan directamente en la función digestiva. Por ejemplo, una investigación mencionada por el doctor Paunero, realizada en la Universidad de Sapienza en Roma, utilizó una cápsula tecnológica («Smart Pill») para medir variables como el pH, la temperatura y las contracciones dentro del estómago mientras los participantes veían videos que evocaban distintas emociones (asco, enojo, tristeza, alegría o neutralidad).

Los resultados fueron fascinantes: emociones como el asco hacían que el pH del estómago se volviera aún más ácido, mientras que la alegría o la neutralidad lo normalizaban. Esto demuestra empíricamente cómo nuestro estado emocional altera la fisiología de nuestro sistema digestivo.

Esta conexión también explica por qué condiciones como el SII están «íntimamente vinculadas» con trastornos como la ansiedad o la depresión. Las personas que sufren del intestino a menudo presentan estos problemas emocionales con mayor frecuencia que la población general.

Además, el doctor Paunero introduce el concepto de «interocepción», que describe como nuestro «sexto sentido». Es la capacidad de percibir las señales internas de nuestro cuerpo: cómo late el corazón, cómo respiramos, qué sentimos en nuestras vísceras. En la sociedad moderna, estamos cada vez más «disociados de nuestro cuerpo», hemos perdido esa conexión interna, esa escucha atenta a las señales que nos envía.

La Microbiota: Nuestro jardín interior

Dentro de nuestro intestino reside un ecosistema complejo y vital: la microbiota. Son billones de microorganismos, principalmente bacterias, que necesitamos para estar sanos. El doctor. Paunero utiliza una metáfora elocuente: una microbiota sana es como una selva amazónica, rebosante de diversidad y abundancia de especies. En contraste, una microbiota enferma o desordenada – lo que se conoce como «disbiosis» – se asemeja más a una isla caribeña con unas pocas especies predominantes, como palmeras. La salud de nuestra microbiota se define precisamente por su «abundancia y diversidad».

Lamentablemente, la microbiota de las personas en las sociedades occidentales desarrolladas tiende a ser menos diversa y abundante que, por ejemplo, la de poblaciones cazadoras-recolectoras de África. ¿Por qué? Por todos los factores de la vida moderna que ya mencionamos.

La formación inicial de nuestra microbiota es crucial. La adquirimos principalmente al nacer. Un bebé que nace por parto vaginal recibe una importante siembra de microorganismos de la vagina y el ano de su madre. En cambio, un bebé nacido por cesárea tiene una exposición inicial diferente, predominantemente a microorganismos de la piel y del ambiente hospitalario. La lactancia materna exclusiva también juega un papel fundamental en el desarrollo de una microbiota saludable, siendo superior a la alimentación con fórmula. El uso de antibióticos (ya sea por la madre durante el embarazo o por el bebé) y el nacer prematuro también impactan negativamente en este delicado ecosistema inicial.

Y a lo largo de la vida, nuestra dieta sigue siendo un factor determinante. Los alimentos ultraprocesados, los «comestibles de diseño» cargados de aditivos, conservantes, colorantes y estabilizantes, dañan nuestra microbiota día tras día.

Cuando el intestino habla

Una microbiota desequilibrada o un intestino «lastimado» (con aumento de la permeabilidad, lo que se llama «intestino permeable») puede manifestarse de muchas formas. Los síntomas más directos son los digestivos: la sensación de hinchazón o «bloating» (tensión interna), la distensión abdominal (cuando la panza crece visiblemente, a veces como si fuera un embarazo, debido a los gases), el estreñimiento, la diarrea, o la alternancia entre ambos.

Pero las señales no se quedan ahí. Pueden aparecer síntomas «extradigestivos»: problemas en la piel, uñas frágiles, caída del cabello (a menudo relacionados con déficits nutricionales por mala absorción), e incluso «neblina mental» o embotamiento, esa sensación de cansancio mental sin haber realizado un gran esfuerzo.

La buena noticia es que podemos tomar medidas para mejorar nuestra salud intestinal y, por ende, nuestra salud general. El doctor Paunero enfatiza la necesidad de modificar varios aspectos de nuestro estilo de vida:

Alimentación: La base es volver a lo natural. Buscar alimentos lo más cercanos a su origen posible. Evitar los paquetes, los potes, los frascos llenos de ingredientes impronunciables. Leer las etiquetas es clave: desconfiar de las palabras raras, los números INS (aditivos), y la larga lista de conservantes, colorantes, estabilizantes.

¡Ojo con el orden de los ingredientes! El primero es el más abundante; si el azúcar aparece en primer o segundo lugar, ese producto probablemente no sea una buena opción. Y fundamental: ¡diversificar! Cuanta más variedad de alimentos vegetales incluyamos en nuestra dieta, más diversa y saludable será nuestra microbiota. Intentar buscar opciones orgánicas o agroecológicas cuando sea posible, aunque entendiendo que no siempre son accesibles.

Movimiento: No somos seres sedentarios. Necesitamos movernos más y hacer más fuerza. El ejercicio regular es esencial.

Descanso: Respetar nuestros ciclos naturales de sueño es vital. Evitar la «cronodisrupción» causada por la exposición excesiva a la luz artificial por la noche.

Gestión del estrés y emociones: Aquí es donde entra en juego el Mindfulness, con el fin de entrenar la mente para sanar el cuerpo.

El doctor Paunero comparte su propia experiencia con el Mindfulness. Llegó a él tras sufrir un «burnout» médico, un agotamiento extremo común en la profesión. Se sentía quemado, enojado con el sistema de salud, con la vida, ¡incluso con sus pacientes! Un amigo le hizo ver que ese no era él.

A pesar de su escepticismo inicial, decidió probar el programa de Mindfulness de 8 semanas MBSR, creado por el doctor Jon Kabat-Zinn. El resultado fue transformador: «me cambió la vida sin cambiar nada afuera». Se dio cuenta de que el problema era interno y que necesitaba trabajar en su propia relación consigo mismo.

Todo está conectado. Nuestra salud digestiva está ligada a nuestras emociones, nuestra mente, nuestra dieta, nuestro movimiento, nuestro descanso… y todo ello está conectado con el ecosistema que nos rodea. El doctor Paunero nos recuerda la importancia de salir de nuestra visión egocéntrica o antropocéntrica y reconocer que somos parte de un todo interconectado (el concepto budista de «interser»). Necesitamos ser más amables con nuestro ecosistema interno (nuestra microbiota) y con el externo (el planeta).

El camino hacia el bienestar integral pasa por tomar conciencia y empezar a implementar estas prácticas en nuestro día a día. No se trata de buscar la perfección, sino de dar pequeños pasos conscientes, con amabilidad hacia nosotros mismos, para cultivar una salud más plena y resiliente en medio de los desafíos de la vida moderna.

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